Vació la
cubeta una. Dos. Tres veces. Caviló por unos instantes sin apartar la vista del
percudido y agrietado mármol.
Contempló
nuevamente su obra durante breves segundos. Reflexivo, acarició su mandíbula
mientras negaba con la cabeza.
Cogió su
cigarro del suelo, botó la ceniza y aspiró profundamente. Empujó la ruidosa
puerta y salió presuroso, resuelto a
dejar la mierda atrás.